Me peguntaba Tomas, nuestro maravilloso párroco de Arnedo: - ¿otra vez vuelves allí? - Sí, es que el Lar Santa Mónica tiene una magia que atrapa el corazón.
Pero, cuando después de nuestras visitas por las favelas, volvemos al Lar santa Mónica, parece que lo que hemos visto es una película, porque allí -como Paula siempre dice- llegamos al paraíso; un paraíso sin ostentosidades y con mucha alegría, vida, ilusión…, y sobre todo con mucho cariño.
Me emociona ver qué
diferentes son las dos casas donde viven las niñas en el Hogar santa Mónica. Por
un lado está la casa de las pequeñas, donde todo son gritos y carcajadas. Pero
claro, qué puede esperarse de niñas de menos de diez años; sólo quieren jugar y
divertirse. Recuerdo que pasaba rato mirándolas, observando sus juegos y risas.
Desde fuera es imposible descubrir ningún rasgo de dolor de su pasado. Ellas nunca
hablan de ello. Incluso cuando llega alguna novata nadie pregunta, sólo se
acercan a ella para brindarle su apoyo y
ayudarle cuanto antes a olvidar su tristeza porque saben, aunque no se diga,
que está ahí porque algo “malo” le ha pasado, lo mismo que un día les sucedió a
ellas.

Es tan fácil ayudar
a estas niñas; les basta un abrazo, un beso, el contacto de cogerles la mano… se
conforman con poco y son felices.
Doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de conocer estas niñas y poder ir con Paula, mi hija adolescente, ya que lo que ella ha vivido y aprendido estos dos últimos veranos yo no se lo podría haber enseñado en toda la vida.
Y eso es lo que
hacemos: acompañar a las niñas en su vida normal. Pero eso sí, siempre derrochando
hacia nosotras un inmenso cariño, riñendo por ver a quién le toca ir de nuestra
mano a la escuela y cantando canciones en español por todo el camino. Estos
días hemos jugado con ellas al burro, al caballito inglés…
Algunos días
salíamos a las favelas a visitar a las familias de las nenas ahí corroboramos,
una vez más, la valentía y coraje de estas chiquillas.
El primer y tercer
domingo de cada mes las familias vienen a visitarlas. ¡Cómo me sorprendía ver a
las niñas mirando hacia el camino y en muchos casos sus rostros de decepción
porque sus familias no llegan. ¿Y las que llegan?
A veces piensas que sería mejor que no hubieran venido
porque siguen bebiendo o drogándose. La verdad es que cuesta entender. Nos
deparamos con los casos de padres queriendo besar y hablar con su hija y ella -muy
pequeña- no querer ni tan siquiera hablar con ellos. ¿Qué habrá visto y por qué situaciones habrá pasado
con sólo seis años?
Pero si algo es de
admirar es el maravilloso equipo de
personas que se encargan del lar Santa Mónica. Esos educadores, frailes,
cocineros… que además de ofrecer todo el cariño del que carecen las niñas les
enseñan otra forma de vivir. Este año ha supuesto para mí una inmensa alegría conocer
a las dos hermanas Misioneras Agustinas Recoletas:
María Helena y Jacira que, desde abril, viven allí con una total implicación de
servicio y trabajo por y para las niñas.
Cada día estoy más
orgullosa de poder ser un pequeño eslabón más de esa cadena de ayuda a las
niñas. Siento una alegría inmensa de formar parte activa de este precioso
proyecto. Son ya más de noventa niñas las que han pasado por el Lar y el índice
de éxito en la reinserción de las niñas es muy alto. Pero, aunque solo fuera
por el tiempo que allí viven, valdría la pena. Allí estas niñas recuperan su
dignidad, su infancia robada sinsentido…
Es mucha la gente
que me dice que por qué ayudo e esas niñas que están tan lejos. ¡Con la falta
que hace en España! Yo respondo, segura y firme, que lo importante no es a quién
se ayuda, sino dar o ayudar a dar, a estas niñas o a quien lo necesite. Por eso le pido
a Dios que me siga dando fuerzas y entusiasmo para que, junto a otras muchas
personas que me rodean, sigamos pidiendo, haciendo mercadillos, rifas… y todo
evento que se nos presente para poder ayudar al Lar Santa Mónica.
Me preguntan si
volveré algún año más. ¡Estoy segura que así será!
Anabel.
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